
Entre las personas que comentan en este blog hay uno que se destaca por su tremenda cultura y su gran sentido de tacto. Firma sus comentarios como "Gabriel" y según él mismo cuenta es un feliz padre de familia que cultiva frutas y pedalea hacia el trabajo en algún lugar de Galicia.
En uno de sus múltiples comentarios Gabriel ha usado el hecho de llevar sombreros para ejemplificar sobre diferentes formas de gobierno, y cito:
"Si a un grupo de personas les gusta usar sombreros muy distintos, la Democracia consiste en que cada cual use el sombrero que más le guste. Si se organiza una votación para que todos tengan que usar el tipo de sombrero que quiere la mayoría, eso no es Democracia sino Mayoritarismo. Si todo el mundo tiene que usar el sombrero que más le gusta al jefe entonces tenemos Dictadura. Obviamente prefiero el Mayoritarismo a la Dictadura, pero lo más alto en mi ideal es la Democracia."El ejemplo no es demasiado original pues hay muchos chistes por ahí sobre las diferencias entre los diferentes sistemas (capitalismo, socialismo, fascismo, etc.) usando un hombre y una vaca y cosas por el estilo, pero si muy efectivo, de hecho me ha inspirado a tratar de dar mi visión sobre la historia reciente de mi país usando el mismo "código" que ha usado Gabriel en su ejemplo, es decir: personas y sombreros.
Comenzando podría afirmarse que la revolución cubana se hizo, entre otras cosas, para restablecer el orden en un país donde una minoría tenía acceso a sombreros de lujo y una mayoría ni siquiera sabia lo que era un sombrero.
Lo primero que hizo el gobierno revolucionario fue prometer un país donde todo el mundo tendría derecho a un sombrero.
La joven revolución tenia (y tiene) a un poderoso vecino que había sido durante mucho tiempo dueño de muchos de los mejores sombreros del país. El poderoso vecino comenzó a ejercer fuertes presiones para que el nuevo y barbudo dirigente del país se pusiera un sombrero del agrado de Washington. Sin embargo el joven y barbudo dirigente al verse acosado y ver en peligro sus planes e ideas, dio un giro hacia el "sombrerismo" y nacionalizó los lujosos sombreros del vecino.
Desde ese momento el poderoso vecino declaró una guerra sin cuartel contra el joven y barbudo dirigente y todo el que lo apoyara.
El joven y barbudo dirigente se volteó entonces hacia el pueblo y exigió unidad para luchar contra el vecino y poder alcanzar algún día el sueño del "sombrerismo" donde todos sin excepción tendrían sombreros hermosos y cada cual podría ponerse el sombrero de cualquiera porque todos los sombreros serian de todos. La inmensa mayoría del pueblo en ese entonces o no tenía sombrero o tenia uno muy barato así que decidió seguir al joven barbudo en su cruzada.
Al principio el nuevo gobierno exigió paciencia y confianza. Esto se traducía en que cada cual tenia que conformarse con el sombrero que le diera la revolución, gústasele o no y además la revolución esperaba que el ciudadano fuera agradecido y a cambio de ese sombrero estuviera dispuesto a hacer sacrificios, léase ir aquí o allá, trabajar en esto o aquello, estudiar medicina o física nuclear. El pueblo siguió acatando aquellas medidas, aun agradecido por el hecho de poder soñar con una sociedad mas justa, sin embargo la revolución exigía "unidad" y unidad significaba que ya no era bien visto ir por ahí quejándose del sombrero que le había tocado (cosa que antes había sido bien vista hasta por el joven barbudo). Quejarse, dadas las condiciones del país (y del mundo), se había convertido en sinónimo de traición.
En los años 80 muchas personas de la isla se cansaron de esperar un mejor sombrero y se montaron en cualquier medio de transporte posible para escapar del sueño del "sombrerismo". Los que quedaron atrás y que aun confiaban en el sueño posible los llamaron traidores. Curiosamente fue por estos años que en la isla se vivió el periodo más luminoso. De un país lejano y frío que compartía el ideal del "sombrerismo" y donde el verbo trabajar sonaba a mala palabra (rabotaiev) comenzaron a llegar sombreros de todos los tipos y tamaños posibles. Es cierto que por lo general estos sombreros eran toscos y de poca calidad pero resolvían el problema y hasta creaban cierta sensación de abundancia y prosperidad. Todo el mundo andaba por la calle con sus feos sombreros, pero todos se sentían seguros con su cabeza cubierta y sabiendo que los sombreros de sus hijos y sus nietos estaban garantizados. Ya habría tiempo para sombreros mejores.
Además de esto, el gobierno se encargó siempre de llenar las planas de los periódicos y las pantallas de los noticieros con imágenes de un resto del mundo en plena decadencia. El "anti-sombrerismo" estaba en crisis: había huelgas en Londres, escándalos en Washington y manifestaciones en Paris. Los sabios lo habían predicho, los expertos lo habían confirmado: el "anti-sombrerismo" estaba a punto de desplomarse.
Y un buen día llegó la noticia: se había desplomado. Pero la enorme sorpresa para todos (incluyendo al ya no tan joven dirigente barbudo) era que los que se habían desplomado eran los camaradas que compartían el ideal del "sombrerismo". En esos países, sus habitantes se habían cansado de discursos con promesas de sombreros futuros, discursos dados por dirigentes que a veces en secreto y a veces no tan en secreto se dignaban llevar sombreros de la mejor calidad, como si a ellos y solo a ellos les hubiese sido concedido el paraíso sombreril en la tierra. Hartos de llevar sombreros que no deseaban, hartos de no poder gritar a los cuatros vientos su disconformidad y totalmente seducidos por la propaganda anti-sombrerista que anunciaba sombreros buenos, bonitos y baratos para los triunfadores, los fuertes y los inteligentes, el "sombrerismo" se vino abajo.
En Cuba entonces vino la crisis, y esto debería escribirlo (haberlo vivido me da ese derecho) con palabras mayúsculas C R I S I S. De pronto dejaron de llegar los sombreros toscos y las personas tuvieron que aferrarse al sombrero que tenían sin saber cuando podrían cambiarlo.
Poco a poco la sociedad fue evolucionando (a palos pero evolucionando) y las cosas fueron cambiando (sobre todo en las mentes). De pronto aquellas personas que se habían marchado en los 80 ya no eran traidores, eran simples inmigrantes económicos y tenían todo el derecho de volver (de visita) al país que los había visto nacer, y tenían el derecho (y casi el deber) de ayudar a sus familiares a sortear el mal momento por el que pasaban.
Y lo peor de la crisis se sorteó de alguna manera pero en las mentes de las personas quedó una conclusión grabada con letras de fuego: los viejos buenos tiempos de sombreros toscos a razón de 5 X 1 (5 sombreros para una cabeza) ya no volverían jamás. El ideal del "sombrerismo" tal como se había prometido y escurrido en tantos discursos había terminado siendo solo una utopía.
Y así estamos hoy. Una sociedad que aun predica la igualdad de sombreros, pero donde ya las personas saben que los sombreros del futuro no van a venir de ninguna parte, y por tanto cada cual se levanta día a día a "luchar" su sombrero, "resolver" su sombrero, a veces de manera digna, a veces no tanto.
El poderoso vecino no ha dejado de apretar nunca las clavijas, espoleado por un grupo de viejos cubanos que alguna vez fueron dueños de los lujosos sombreros luego repartidos por la revolución. Esos viejos señores no perdonan, ni a la revolución, ni a los que recibieron algunos de sus sombreros en la repartición. Los sombreros de la Cuba de hoy y las cabezas de las personas que los portan les suenan tan ajenos que les da lo mismo que rueden por igual.
Por lo tanto la pelea entre el dirigente barbudo (hoy un anciano enfermo) y el vecino continua. La exigencia de "unidad" continúa. La posibilidad de quejarse o expresarse diferente sigue siendo una traición. Algunas cosas nunca cambian.
Mucha gente sigue aferrandose al sueño de una sociedad justa donde cada cual pueda tener derecho a un sombrero, sin embargo se cuestiona cada vez mas la posibilidad de que las actuales condiciones (y las actuales maneras de dirigir) permitan algo mas que una "pobreza repartida". Comienza a verse mucho más a viejos y nuevos dirigentes llevando buenos sombreros y aun repitiendo el mismo discurso del mismo sombrero para todos. Esto siempre fue mal visto, pero ahora es altamente intolerable.
En fin como diría Buena Fe: contradicciones y utopías. Ya veremos entonces que clase de sombreros nos depara el futuro.