sábado, mayo 28, 2011

Good bye...



Abro el órgano de hoy (Órgano= periódico Granma, órgano del Partido Comunista de Cuba) y me encuentro en la página 13 una entrevista con Daniel Bruhl, un conocido actor alemán que por estos días ha estado en mi ciudad, rodando “Siete días en la Habana”, un filme armado a partir de siete historias distintas, dirigidas cada una de ellas por gente de renombre en el mundo del cine (Lurent Canet, Benicio del Toro, Julio Medem, Pablo Trapero, etc).

Resulta que Daniel es uno de mis actores preferidos. Porque tiene mucho talento y porque además parece tener el don de escoger bien sus películas ( Good bye Lenin, Un amigo mío, Bastardos sin gloria), así que leo la entrevista con muchísimo interés, sin embargo al final solo queda el desencanto.

A las preguntas sin sustancia de la periodista (¿Cómo te preparaste para el personaje?, ¿Cómo ha sido la experiencia de trabajar con este director?), Daniel da respuestas automáticas. El final sobre todo no puede ser mas tópico (aunque no por ello deje de ser cierto) “La Habana es impresionante en todos los sentidos, no tiene nada que ver con lo que he visto en mi vida”. Amén Daniel y sigamos adelante.

Sigo revisando el órgano y llego a las páginas 10 y 11. Los viernes toca “Cartas a la dirección”, una novísima sección del órgano donde se publican las cartas de los lectores con quejas, sugerencias y preocupaciones sobre el presente, y sobre todo el futuro, de nuestra querida patria socialista. Amén de nuevo.

Leo las cartas (algunas muy buenas, otras no tanto) y luego las respuestas de los “acusados” (generalmente empresas estatales y/o organismos de la dirección central del estado), y de pronto siento un deja vu.

La imagen de Daniel Bruhl en la pagina 13 y el texto de las “cartas a la dirección” (incorrecto el nombre de la sección, mejor sería cartas de los lectores, o algo por el estilo) me remiten como por arte de magia a una escena de “Good bye Lenin”, filme donde Daniel interpretaba a Alexander Kerner, el hijo de una mujer cuyo esposo ha abandonado la familia y la patria y se ha marchado a probar suerte a Berlín Oeste (la ciudad del otro lado del muro).

En la escena en cuestión la señora Kerner está planchando en la sala de su casa, acompañada de una vecina que ha venido a recabar su ayuda para escribir una queja y mandarla a algún sitio (quizás la sección “Cartas a la dirección” del órgano del PSUV ((Partido Socialista Unificado de Alemania)).

“...Pero una mujer de cierta edad”, dicta la señora Kerner y la vecina copia, “no podía ni quería usar las pantimedias que le ofrecían. Incluso en la RDA no solo hay princesas sobre hielo y camaradas exquisitamente esbeltas. No puede ser posible que las esposas de los trabajadores y granjeros sean castigadas con los combinados de moda luego de 40 años de nuestra república. Saludos socialistas. Hanna Schafer.”

Mientras la señora Kerner le dicta esta carta a su vecina, en el TV aparecen imágenes de un grupo de funcionarios (los de la primera fila bastante mayores) contemplando un desfile militar como parte de las celebraciones del 40 aniversario de la fundación de la RDA (República Democrática Alemana).

Mirando las imágenes del grupo de funcionarios (que imagino sean los miembros del comité central del PSUA), Alexander dice:

- Se están felicitando a ellos mismos, todos esos viejos bastardos.

- Bien, no tienes que mirar, dice la señora Kerner.

- Mamá, ¿no te das cuenta de lo que pasa aquí?, dice Alexander.

- ¿Y tú qué quieres?, pregunta ella, ¿Largarte? Nada cambiará si todos se marchan. Sigamos.

Fin de la escena.

Recuerdo como si fuera hoy el día en que vi la película. Salí a la calle completamente atontado, como si me hubieran dado con un mazo en la cabeza. Para los habitantes de los ex países socialistas de Europa Oriental el filme les hablaba de su pasado. Para los espectadores del resto del mundo era solo una ficción más, pero para las personas que salieron conmigo de la sala de cine, “Good bye Lenin” hablaba de su presente, lo cual nos convertía casi en fenómenos de feria: éramos los últimos ejemplares de una especie extinta.

Regreso entonces a la entrevista de la pagina 13. Cierro los ojos e imagino que, justo antes de terminar, la periodista dispara su última interrogante: Daniel ¿Qué recuerdos de “Good bye Lenin” te despierta la Habana?

Definitivamente, una respuesta sincera a esa pregunta hubiese ameritado una tirada extra del periódico.

jueves, mayo 19, 2011

Hay violencia…



Hay violencia porque hemos honrado cada día la violencia, escribió Arthur Miller en un artículo publicado por el New York Times el 16 de junio de 1968 bajo el titulo “The trouble with our country”. Artículo que rescato por un par de frases que parecen escritas hoy a raíz de los sucesos en Libia:

“Debemos empezar a sentir la vergüenza y la contrición que nos hemos ganado antes de que podamos empezar a construir una sociedad pacifica, y con mayor motivo, un mundo en paz. Un país donde la gente no puede andar en paz por su propia calle no tiene derecho a decirle a ningún otro país como debe gobernarse, y menos aún a bombardear y achicharrar a sus habitantes.”

PD: No puedo opinar con claridad sobre los sucesos en Libia porque nunca he estado allí, y para hacerme una idea cabal del problema tendría que visitar el país y hablar con sus habitantes (los dos bandos). Por un lado Gadafi no me despierta ninguna simpatía. Lleva más de 40 años dirigiendo el país y eso lo desacredita mucho ante mis ojos, pues desconfío absolutamente de los “profetas” que se aferran al poder. Por otro lado resulta más que evidente que los intereses de Washington y el resto de la OTAN en Libia tienen tanto de humanitarios como de desinteresados. Y por último, formarse una opinión a partir de lo que publica al respecto la prensa occidental es una opción casi tan ingenua como creer en las palabras de Mourinho antes (o después) de los partidos. Lo único seguro en este asunto es que mientras escribo estas líneas, las bombas siguen cayendo sobre Libia, y las palabras de Arthur Miller continúan resonando a través del tiempo.

jueves, mayo 05, 2011

Conexión



1980. El joven Osama (23 años) se ha ido a Afganistán a pelear contra las tropas soviéticas que han ocupado el país un año antes. El decimoséptimo hijo de Mohammad bin Laden (tipo de mucha plata) recluta guerrilleros y establece campamentos. Comienza a recibir entrenamiento por parte de la CIA. Aprende a mover dinero a través de sociedades fantasmas y paraísos fiscales; a preparar explosivos, a utilizar códigos cifrados para comunicarse, y otro montón de cosas divertidas.

Mientras tanto el imberbe Obama (19 años) estudia Ciencias Políticas en la Universidad de Columbia, con una especialización en Relaciones Internacionales. Lee con interés las noticias de Afganistán, donde los EUA y la URSS mueven sus peones en la partida de la Guerra Fría. Unos cuantos veranos más tarde, en medio de su campaña a la presidencia, reconocerá haber consumido cocaína, marihuana y alcohol en sus años de juventud. La lógica indica que algo de eso debe haber pasado en este periodo de alocada universidad.

Ese mismo año, en algún lugar de la Habana, el pequeño cubano de la isla mira asombrado las imágenes de Arnaldo Tamayo Méndez encaramándose al espacio a bordo de la Soyuz 38. Cuando duerme, sueña con el cohete elevándose sobre el cosmódromo de Baikonur entre nubes de fuego. Afganistán no aparece en sus sueños. Tampoco la universidad de Columbia.

2001. Las torres gemelas del Word Trade Center caen abatidas por el impacto de dos aviones. El gobierno de los EUA se apresura a nombrar un culpable: Osama bin Laden. El viejo amigo de la CIA se ha vuelto contra “America” y ha enseñado los dientes. Después de su exitosa experiencia en Afganistán ha fundado una organización terrorista llamada “al Qaeda” como “un movimiento de resistencia islámica”.

En un primer momento Osama niega cualquier responsabilidad con los atentados en un comunicado difundido por Al Jazeera. Pero el gobierno de EUA no le cree y sale a cazarlo por el mundo.
Para esta fecha Obama acaba de cumplir cuarenta años y se ha convertido en un respetado profesor de derecho constitucional en la facultad de leyes de la Universidad de Chicago. Desde el año 1997 es senador estadual (¿se dirá así?) por el decimotercer distrito de Illinois. En el año 2000 optó por un puesto en la cámara de representantes que no consiguió (aun faltan tres veranos para que llegué a convertirse en Senador de los EUA). Incluso ha escrito un libro: “Los sueños de mi padre: Una historia de raza y herencia”.

En la Habana el cubano de la isla mira azorado las imágenes de las torres cayendo. Es un espectáculo triste que nunca imaginó que pudiera verse en televisión. “El mundo cada vez está peor” dice la gente en la calle, el cubano de la isla no lo cree pero las imágenes de las torres en llamas lo hacen temer por el futuro que se avecina.

2011. El cubano de la isla está tomando un baño y maldice su falta de visión. Ha olvidado poner el motor que sube el agua a los tanques y el chorro que sale de la ducha es cada vez más débil. Mientras intenta adivinar si el agua alcanzará para quitarse el jabón de encima oye la noticia a través del twitter callejero. Un vecino en un balcón a una vecina en el pasillo: Fulana, ¿oíste la noticia? ¿Cuál noticia?, pregunta ella. Mataron a bin Laden.

La noticia ha aterrizado en la Habana a través de las antenas clandestinas y se propaga enseguida. Luego el noticiero “oficial” la confirma. Un comando especial del ejercito de EUA se “dejó caer” en la casa-refugio de Osama en Pakistan y le dejaron unos cuantos tiros encima, recado especial del antiguo profesor de leyes, ahora Presidente de los EUA, Barack Obama. Los militares afirman haber lanzado el cadáver al mar. Aun no hay fotografías, o hay una pero es falsa.

Al cubano de la isla la noticia lo deja pensando el tiempo preciso para que se le acabe el agua, así que tiene que abandonar el baño (maldiciendo hasta el infinito y más allá) a prender el motor.

Luego en la noche, sale a comprar pan y de camino levanta la cabeza y mira al cielo. El mismo cielo que escrutaba hace más de 30 años en busca de la Soyuz 38. El cubano intenta imaginarse al niño Osama mirando las estrellas en algún lugar de Arabia, y al niño Obama persiguiendo cometas desde Honolulu y se pregunta si hubo un momento en que las cosas pudieron torcer el rumbo y ser diferentes a lo que terminaron siendo, o si por el contrario todo estaba escrito desde el principio. Luego se pregunta si en ese preciso instante, mientras él camina a la panadería, habrá otro par de niños que miren el cielo desde sitios distintos, y cuyos destinos hayan comenzado a trenzarse desde ahora para unirse en el futuro.

El cubano de la isla llega a la panadería y descubre que el destino del pan y el suyo no estaban destinados a unirse (el pan se ha acabado), así que mira el cielo por última vez y luego regresa a su casa.

Acerca de mi

Yo:el cubano de la isla
De:La Habana, Cuba
Soy:un tipo común que mira y mira y cada vez entiende menos

 

Ya Cortazar lo contó una vez de esta forma...


La primera vez que vio la isla, Marini estaba cortésmente inclinado sobre los asientos de la izquierda, ajustando la mesa de plástico antes de instalar la bandeja del almuerzo... Una isla rocosa y desierta, aunque la mancha plomiza cerca de la playa del norte podí­a ser una casa, quizás un grupo de casas primitivas. Empezó a abrir la lata de jugo, y al enderezarse la isla se borró de la ventanilla; no quedó más que el mar, un verde horizonte interminable. Miró su reloj pulsera sin saber por qué; era exactamente mediodía.