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Usted si tiene quien le escriba


“El coronel destapó el tarro de café y comprobó que no había más de una cucharadita. Retiró la olla del fogón, vertió la mitad del agua en el piso de tierra y con un cuchillo raspó el interior del tarro sobre la olla hasta cuando se desprendieron las últimas raspaduras del polvo de café revueltas con óxido de lata.

Mientras esperaba a que hirviera la infusión, sentado junto a la hornilla de barro cocido en una actitud de confiada e inocente expectativa, el coronel experimentó la sensación de que nacían hongos y lirios venenosos en sus tripas. Era octubre. Una mañana difícil de sortear, aún para un hombre como él que había sobrevivido a tantas mañanas como ésa. Durante cincuenta y seis años —desde cuando terminó la última guerra civil— el coronel no había hecho nada distinto de esperar. Octubre era una de las pocas cosas que llegaban.”


Se supone que después de haber copiado los dos párrafos con que comienza “El coronel no tiene quien le escriba”, yo continue esta entrada en el blog hablando del Gabo, de su prosa maravillosa y de este libro magnifico. Al menos esa era la idea. Sin embargo en la practica estoy sudando plomo para escribir cada palabra, y la tarea de hacer convivir sus párrafos con los míos se está convirtiendo en la tentativa mas difícil desde que comencé con este juego de “mi isla al mediodía”.

Y es que este tal Gabriel, nacido en Aracataca por el año 1928, periodista incorregible y de pésima ortografía, es uno de los culpables de que la adicción de contar historias me persiga a todos lados y que aun de grande, cuando se supone que uno asiente cabeza y se dedique a trabajar, trabajar, trabajar para hacer dinero y acumular cosas, yo siga insistiendo en perderme en mis laberintos de palabras.

A ese desarreglo mental que padezco, contribuyó el tal Gabriel con historias de abuelas desalmadas, diluvios en macondo, barcos fantasmas, coroneles que esperan y estirpes condenadas a cien años de soledad. Sin embargo, más allá de las historias lo que terminó seduciéndome fue su manera de contarlas. La forma en que estaban unidas las palabras, con esas oraciones largas que engordaban un párrafo entero, esos adjetivos sacados de sombrero de mago y la manera de ver el mundo como reconstruyéndolo desde el principio. Para mi todo aquello fue como descubrir un lenguaje nuevo.

Por eso cuando me entero que está otra vez de visita en Cuba me siento un poquito feliz, y es una felicidad compartida entre todos los que admiramos su obra, nosotros, los que a diferencia del coronel de su historia, si tenemos quien nos escriba.

Pues lamento mucho no coincidir, ¿o debiera decir me alegro?.
Recuerdo que quede encantado con "El amor en los tiempos del cólera", me impactó mucho la relación del personaje principal, ya viejo él con una menor, eso era y es tabú, así que escrito realmente es única la descripción de la relación anterior en Cuba.
Recuerdo vagamente una puesta en TV de "El coronel no tiene quien le escriba", era colombiana o algo así, pero recuerdo también que me aburrió, mi memoria solo retiene algo de un dolor de muelas, debe ser por solidaridad con el doliente, ya sé lo que es eso.
Hace poco me bajé con el Emule la ¿novela?, entre signos de interrogación por su cortedad, de otra relación entre viejos y niñas, que a esta altura me permite afirmar que el Gabo tiene fijación con eso de las relaciones entre viejos verdes e infantas inocentes. Esa novela de cuyo nombre no quiero acordarme, me dió la posible clave de la relación sostenida y fiel del Gabo con el sátrapa; usualmente los rumores tienen alguna pizca de verdad, sobre todo si son recurrentes cuando se habla de un tema, y siempre que toqué el tema de las relaciones de el tirano, salía la historia de su debilidad por las menores, que si las recogía en 5ta. en su ZIL soviético, etc. Es la coincidencia mayor entre ambos, porque algún tiempo después de tratar de leer la novela última del Gabo sobre la sórdida relación, me leí su autobiografía, también fruto del P2P Emule. Y hay una escena descrita muy interesante en que se refiere como en los principios del Gabo en eso del periodismo acostumbraban a sentarse en un bar o cosa así, varios de sus amigos, de ideas distintas e incluso contrapuestas, y como impusieron la regla de que aquel que se pusiera bravo en una discusión sobre temas políticos o de otra índole lo sacaban del grupo hasta la próxima. Se me fijó eso, porque me trajo a la misma pregunta que se han hecho y se hacen muchos contemporáneos de GGM como Vargas Llosa y demás intelectuales. ¿Como puede ser que un periodista y escritor de la talla de GGM pueda tener esa relación con el dictador de más larga data en la historia humana?
Pues bueno, si alguien pudiese iluminar mi entendimiento, pero ha fecha de hoy, solo encuentro esa coincidencia entre el Gabo y el tirano, el gusto por la carne tierna y no de res precisamente.
Vaya, salí de las letras de Rui y he venido a zozobrar en otras, así es la vida, resingación hermano.

En caso de que no la conozcas, te recomiendo visitar el sitio de la Fundacion para un Nuevo Periodismo Iberoamericano (www.FNPI.org) que fundo Garcia Marquez y si puedes ir a uno de sus talleres te vas a sentir como en la segunda casa de GGM (no se cual sea tu situacion en Cuba, pero si fuiste a Espa~a de pronto puedes ir unos dias a Cartagena de Indias). Slds.

Como te envidio... yo descubrí mi amor por las historias ajenas por el [mi amor por inventar historias es mas bien para escapar de la realidad], el primer libro que lei fue "del amor y otros demonios" a los 13 ó 12 años, cajaros y aun despues de 6 lecturas mas, todavia duele...

me encantaria estar en cuba y me encantaria saberme cerca de Garcia marquez.

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Acerca de mi

Yo:el cubano de la isla
De:La Habana, Cuba
Soy:un tipo común que mira y mira y cada vez entiende menos

 

Ya Cortazar lo contó una vez de esta forma...


La primera vez que vio la isla, Marini estaba cortésmente inclinado sobre los asientos de la izquierda, ajustando la mesa de plástico antes de instalar la bandeja del almuerzo... Una isla rocosa y desierta, aunque la mancha plomiza cerca de la playa del norte podí­a ser una casa, quizás un grupo de casas primitivas. Empezó a abrir la lata de jugo, y al enderezarse la isla se borró de la ventanilla; no quedó más que el mar, un verde horizonte interminable. Miró su reloj pulsera sin saber por qué; era exactamente mediodía.