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Alegría y desconfianza

Es la mezcla de emociones que siento al conocer la noticia de que se ha aprobado el permiso para que Cuba pueda participar en el clásico Mundial de Béisbol a celebrarse en Marzo. Supongo que todo cubano al que le guste el béisbol estará de fiesta hoy, sin embargo aún no logro aplacar el bichito de la desconfianza. La respuesta de si Cuba podrá jugar realmente el clásico solo lo saben los "tontos y poderosos" (ver entrada anterior a este blog) ya que ahora comienza el "estira y encoge" de las visas.

Buscando en Internet me he topado con un articulo excelente publicado por Alex Figueroa Cancel en "Primera Hora" sobre el incidente ocurrido en el ya lejano año 1966 con matices similares, cuando se le negó la entrada a suelo puertorriqueño a la delegación cubana que aspiraba a participar en los Juegos Centroamericanos a celebrarse en la isla.

En aquel entonces Fidel Castro montó a la delegación cubana en un barco mercante (el "Cerro Pelado") y los mandó a fondear en aguas internacionales frente a San Juan, a exigir el permiso de entrada. Al final los permisos se dieron pero la anécdota quedó en la historia deportiva cubana como algo heroico, digno de recordar (de hecho lo fue ya que los deportistas tuvieron que entrenar en el barco) y un centro de entrenamiento de atletas de alto rendimiento en la Habana, lleva ese nombre: Cerro Pelado.

Alex Figueroa hace un recuento muy exacto de lo sucedido develando muchísimos detalles interesantes que fueron totalmente nuevos para mi.

Esperemos que ahora no pase lo mismo y que podamos jugar el clásico en paz.

Enlace al articulo en Primera Hora aquí

PD: Acabo de enterarme de un chisme que dice que la serie nacional de béisbol se para el día 12 y los miembros de la preselección nacional se van al campo de entrenamiento de Ciego de Ávila a comenzar la preparación para el Clásico.

Acerca de mi

Yo:el cubano de la isla
De:La Habana, Cuba
Soy:un tipo común que mira y mira y cada vez entiende menos

 

Ya Cortazar lo contó una vez de esta forma...


La primera vez que vio la isla, Marini estaba cortésmente inclinado sobre los asientos de la izquierda, ajustando la mesa de plástico antes de instalar la bandeja del almuerzo... Una isla rocosa y desierta, aunque la mancha plomiza cerca de la playa del norte podí­a ser una casa, quizás un grupo de casas primitivas. Empezó a abrir la lata de jugo, y al enderezarse la isla se borró de la ventanilla; no quedó más que el mar, un verde horizonte interminable. Miró su reloj pulsera sin saber por qué; era exactamente mediodía.