Lista de espera

Para los que han decidido perder parte de su tiempo en esta isla al mediodía ahí les va la pregunta del millón de dólares: ¿Que habría que hacer para que el mundo fuera un lugar mejor?
Supongo que cada cual tenga su propia respuesta y habrá más de uno que se rasque la cabeza, y se vaya a hacer otra cosa mas productiva, como leerse la crónica del partido en que Boca Juniors acaba de ganar su sexta copa libertadores. Sin embargo para los que sigan leyendo, aquí les va la respuesta que inspiró al escritor cubano Arturo Arango a escribir su cuento "Lista de espera", y al cineasta Juan Carlos Tabío a hacer una película del mismo nombre: Para que el mundo sea un lugar mejor lo único que hace falta es que seamos mejores. Así de simple.
En realidad eso de ser mejores suena a formula de emulación socialista. A lema matutino. Y ya nosotros los cubanos sabemos adonde se llega con emulación y lemas repetidos en las mañanas. Con cosas dichas para afuera que en realidad no nacen desde adentro. La frase de ser mejores, así dicha suena hasta ridícula.
El asunto está en que los seres humanos somos muy buenos modificando el mundo. La ciencia es una llave mágica que nos ha abierto muchas puertas y nos ha permitido hacer casi cualquier cosa con este planeta en que vivimos, inclusive joderlo. Sin embargo a la hora de cambiarnos nosotros mismos la cosa se pone más difícil. No hay a mano una maquina para comprar que nos haga mejores con un par de sesiones a la semana. No existe la píldora divina que tomada dos veces al día termine llenándonos de optimismo y de ganas de luchar. Lo único que tenemos a mano son los libros de autoayuda que llenan las librerías de todo el mundo. Y desgraciadamente no parecen ser mágicos como los trucos de Harry Potter. Uno los lee y de pronto parece ver las cosas con mayor claridad. Luego cierra el libro y se acuesta y al otro día el mundo sigue siendo igual de hostil y de difícil. Generalmente estos libros acaban cambiándole la vida a una sola persona: al autor.
Arango y Tabío se concentran entonces en algo mucho más tangible y terrenal. En lo que podríamos llegar a hacer si cada uno de nosotros se esforzara en tratar de sacar lo bueno que llevamos dentro. Sea mucho o poco. El asunto es dejarlo salir, potenciarlo. Creer que de verdad lo difícil es posible con un poco de esfuerzo. La historia que cuentan tiene que ser ubicada entonces en un lugar que realmente se convierta en un reto digno para los protagonistas y que los obligue a sacar ese extra de cada uno para salir adelante. Dicen por ahí que una cualidad muy propia de los cubanos y que nos identifica de otros pueblos es nuestra tremenda habilidad para reírnos precisamente de los problemas que más nos agobian. Y como buen cubano Arango no pudo encontrar un lugar mejor para ambientar su historia que una Terminal de ómnibus de un pequeño pueblo.
Y sin proponérmelo me doy cuenta de que el cuento de Arango me sirve para demostrar que mi asunto con el problema de los ómnibus y las ventanillas no es un delirio personal. El problema del transporte, es y ha sido durante muchos años un tema recurrente en las pesadillas de los cubanos. Arango se aprovecha entonces para ambientar su cuento en los terribles años de crisis que llegaron después de la caída del muro de Berlín y la desaparición de la URSS. Fueron tiempos que el gobierno denominó eufemísticamente "Periodo especial" cuando el nombre mas apropiado y que hubiera ganado cualquier votación popular hubiera sido "Periodo infernal". Y con el nombre ya hubiese bastado y los turistas al llegar a Cuba no habrían tenido que hacer preguntas al respecto.
Un grupo de personas de las más disímiles edades y profesiones se ven obligadas a permanecer en la Terminal de ómnibus de un pequeño pueblo a la espera de algún ómnibus de paso que los saque de allí. La Terminal cuenta con un ómnibus propio, pero está roto y no existen piezas de repuesto para arreglarlo. Quedan dos opciones: rendirse al desanimo y al malestar provocados por la situación y comenzar cada cual a buscar una solución personal a su problema, o unirse todos en un objetivo común que resuelva el problema colectivo: intentar arreglar el ómnibus y mientras tanto pasar el tiempo que les queda en ese lugar de la mejor manera posible.
Los protagonistas de esta historia escogen la segunda de las opciones y aunque no arreglan el ómnibus, terminan convirtiendo la Terminal en un lugar acogedor y agradable donde cada uno encuentra la felicidad de una manera diferente. Sin embargo al final autor y director nos traen de la oreja y nos muestran que solo fue una utopía. Un sueño compartido. Que las cosas en la vida real suelen ocurrir de otra forma. Y aunque este final parezca descorazonador, no alcanza para rendir el optimismo y las buenas sensaciones que nos ha dejado el rato en que hemos compartido la ilusión de los protagonistas de la historia. Igual uno necesita a veces cerrar los ojos y soñar con lo que hubiera podido ser y no fue. Son cosas que, a mí por lo menos, me hacen falta de vez en cuando.
PD: Hay un cuento de Julio Cortazar que se llama "Autopista al sur" que cuenta una historia similar entre un grupo de personas atrapadas en un embotellamiento gigante en medio de una autopista. También lo recomiendo.