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La lluvia, Faulkner y los plomeros

Acá en la Habana se ha pasado todo el día lloviendo, a veces con una lluvia bien fuerte, y da risa porque estamos a mediados de mayo y aun no había caído ni una gota, todo sequía y de pronto este aguacero total. Es como si el clima se adaptara también a esa vieja frase que nos han acuñado: "El cubano o no llega o se pasa". O no llueve o llueve a cantaros con el cielo totalmente gris y las avenidas inundadas.

Y como el tiempo lo pone a uno medio melancólico me he rescatado una frase de un poema de Faulkner (porque Faulkner, y esta nota es para los incultos, además de novelas escribía poemas) que dice algo así:

"Si hay dolor que sea solo lluvia"


Y hablando de Faulkner acabo de leerme este artículo que cuenta como el gringo tuvo que ir escribiendo sus novelas para ir mejorando sus finanzas y de paso arreglar la casa donde vivía. Un buen punto de vista que debo tener en cuenta a la hora de escribir. Ahora precisamente tengo problemas con el complejísimo sistema del inodoro, que parece obstinado en dejar escapar toda el agua potable de la cuenca sur de la Habana. ¿Que tendría que hacer... escribir un cuento? ¿un poema? ¿dos capítulos de una novela? ¿existirá algún plomero que acepte un pago semejante?

No lo creo y por ende, seguimos abriendo y cerrando la llave de paso y maldiciendo a las trasnacionales que fabrican mecanismos tan complejos, y al bloqueo (los bloqueos) y a este mundo tan materialista hecho de plomeros insensibles a la literatura.

Acerca de mi

Yo:el cubano de la isla
De:La Habana, Cuba
Soy:un tipo común que mira y mira y cada vez entiende menos

 

Ya Cortazar lo contó una vez de esta forma...


La primera vez que vio la isla, Marini estaba cortésmente inclinado sobre los asientos de la izquierda, ajustando la mesa de plástico antes de instalar la bandeja del almuerzo... Una isla rocosa y desierta, aunque la mancha plomiza cerca de la playa del norte podí­a ser una casa, quizás un grupo de casas primitivas. Empezó a abrir la lata de jugo, y al enderezarse la isla se borró de la ventanilla; no quedó más que el mar, un verde horizonte interminable. Miró su reloj pulsera sin saber por qué; era exactamente mediodía.