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Joaquín y la Habana, la Habana y Joaquín

Apenas lo puede ver pues había un centenar de personas que habían llegado antes que yo y que parecían decididos a hacer cualquier cosa (encaramarse en un árbol, quedarse horas apiñados en una escalera, etc.) con tal de verlo. Mi fe no llega a tanto, soy mas bien cínico en este tema de las personalidades famosas y siempre me digo que lo más importante son sus obras (sus canciones, libros o películas, en dependencia del arte del tipo en cuestión) y lo de menos es el sujeto como tal, si tiene la patilla larga o si toma café cargado o sin azúcar. Así que me quedé cómodamente sentado en una esquina, mirando el espectáculo y pensando que los cubanos podemos ser excelentes en muchas cosas, incluyendo la filosofía (esto es para desmentir a Zoe Valdés, que en un libro suyo hace todo un alegato contra la posibilidad de que Cuba tenga un filosofo), pero al parecer nunca seremos buenos organizadores.

Joaquín Sabina se había dado un salto a la Habana a presentar su libro de sonetos y el hecho generó muchísimas expectativas entre sus seguidores. Todos querían verlo, oírlo, que dijera algo simpático, alguna jodedera de esas que uno siempre espera de un tipo tan cabrón (en el buen sentido de la palabra). Pero nos esperaba la decepción de que el encuentro iba a ser en una sala donde ni por arte de magia iba a caber la mitad de las personas que se habían reunido ese domingo en la fortaleza de San Carlos de la Cabaña, sede de la feria del libro.

Hay que reconocer que en algún momento hubo la intención de que la actividad se realizara al aire libre, pero el estado del tiempo (frío, mucho viento y una lejana probabilidad de lluvia) convenció a los organizadores de mudar la presentación a la calidez de una sala a la que muchos no íbamos a poder entrar.

Al final, solo un grupo de privilegiados (los aventureros que describí arriba que se dejaron apachurrar en una minúscula escalera con tal de llegar al príncipe Joaquín encerrado en su castillo) pudieron compartir sonetos, chistes y aventuras con Sabina y al parecer (una opinión unánime) no los decepcionó.

Nosotros, los de abajo, nos quedamos inquietos con la esperanza de que al final el tipo se safara de los organizadores del evento y se descolgara por una liana estilo Tarzán y acudiera al llamado de su público. No llegó a tanto, pero al terminar la presentación se asomó diciendo que quería firmar todos los libros, y repitió todos y se sentó dispuesto a estarse horas allí, firmando e intercambiando bromas con cualquiera.

Al final me fui sin apenas verlo (el cínico que llevo dentro no estuvo dispuesto a esperar horas por una firma) pero me llevé la imagen de Joaquín Sabina rodeado por un público que lo adora y que estaría dispuesto a casi todo con tal de que algún día regrese y de un concierto en la Habana, su Habana.

Acerca de mi

Yo:el cubano de la isla
De:La Habana, Cuba
Soy:un tipo común que mira y mira y cada vez entiende menos

 

Ya Cortazar lo contó una vez de esta forma...


La primera vez que vio la isla, Marini estaba cortésmente inclinado sobre los asientos de la izquierda, ajustando la mesa de plástico antes de instalar la bandeja del almuerzo... Una isla rocosa y desierta, aunque la mancha plomiza cerca de la playa del norte podí­a ser una casa, quizás un grupo de casas primitivas. Empezó a abrir la lata de jugo, y al enderezarse la isla se borró de la ventanilla; no quedó más que el mar, un verde horizonte interminable. Miró su reloj pulsera sin saber por qué; era exactamente mediodía.