Palabrería

Comparada con la historia milenaria de muchos países, el trayecto de Cuba como nación resulta apenas un suspiro. Hace poco mas de 100 años que se fundó la república, una república que nació maltrecha por culpa de intereses de afuera y mediocridades de dentro.
Al fin teníamos bandera y escudo y presidente, pero no sabíamos qué hacer con ellos, no teníamos bien desarrollado eso que a falta de un nombre mejor, termino llamando, intereses nacionales. La colonia nos había legado la carga de una nación maltrecha, con una burguesía apática, avariciosa y ruin como en el resto de las naciones latinoamericanas. Para colmo de males, Martí se nos murió a destiempo y nos quedamos sin el único sujeto que parecía tener los pies en su época y la mente en el futuro. El único con la grandeza de espíritu suficiente para desear un país mejor, justo ahí frente al poderoso vecino del norte. Un mal vecino cuyos intereses han viciado todo un continente, al que considera su traspatio, con una doble moral nunca escrita y siempre respetada: para ellos democracia y civismo, para nosotros, repúblicas bananeras y dictadores de cuello duro.
A los latinoamericanos nos ha tocado entonces un destino de perros, y no por ser mejores o peores, sino por ser más débiles. Siempre he tenido claro de que si la guerra entre México y EUA la hubiesen ganado los primeros, no estaríamos hablando hoy del arrebato de Texas, Nuevo México y demás, y si del zarpazo dado por los mexicanos para adueñarse de Nebraska o Colorado. En eso Lenin siempre tuvo la razón: en las guerras imperialistas siempre ganan los malos, cualquiera sea el que se lleve la victoria, a fin de cuentas lo único que hay por medio es el tema de ver quien le mete el dedo al otro. Así para decirlo sin más trámites.
Tuvimos una república entonces, que nació lastrada (¿o debería decir cagada?) por un tratado vil (Enmienda Platt) que "autorizaba" a los yanquis a entrar y salir con sus tropas cada vez que sus intereses estuvieran en peligro. De los intereses nuestros nadie parecía estar muy preocupado. Tuvimos presidentes ladrones y presidentes honestos (dicen que Estrada Palma, el anexionista, no se llevó ni un peso y dejó las arcas del tesoro nacional llenitas de dinero), tuvimos senado y asamblea de representantes y con el paso de los años hasta tuvimos capitolio (construido a estilo y semejanza del que está ustedes saben dónde, Washington DC, por más datos).
También tuvimos dictadores sangrientos y gobiernos que duraron menos de 100 días, pero democracia respetable, nunca tuvimos en este país donde cualquiera con un poco de poder entre manos podía levantarse una mañana con deseos de tumbar al presidente. Un día se era sargento y al otro general, y así por el estilo.
El estigma maléfico parecemos traerlo los cubanos de nacimiento: todos queremos hacer lo que nos sale de los cojones y la única regla que queremos respetar es aquella que nos permita labrarnos un presente feliz, que a fin de cuentas es el único futuro que nos importa. Somos una nación del ahora. Los proyectos del mañana no son cosa de vital importancia para este pueblo que admira, en sentido general, el coraje, la pachanga y la viveza como sus más preciados dones.
¿Qué hubo gente digna y valiente? Claro que la hubo. Por ahí está la lucha de Manuel Sanguily contra la Enmienda Platt, la incurable rebeldía de Mella, la grandeza de espíritu de Villena, el coraje de Tony Guiteras dando la orden de ametrallar a los yanquis si se atrevían a cruzar los límites de la base de Guantánamo. Por ahí anda también la vergüenza mayúscula de Chibas, la bravura de José Antonio Echeverría y el civismo de una generación que lo sacrificó todo con tal de tumbar a Batista y volver a tener al menos nuestra república de antes, maltrecha y corrupta, pero república al fin.
Pero llegó la revolución y cambiaron algunas cosas, no tantas si se mira ahora con la perspectiva de los años. El Che Guevara se fue a destiempo dejando el proyecto del mundo mejor en manos no muy seguras. Fue un error mayúsculo el del argentino. El reto más grande de su tiempo estaba en el intento de construir un país digno que pudiera escapar del papel de pachanga prostibularia que nos habían legado los yanquis y del futuro de dictadura mediocre y gris que parecía venir directamente desde la tumba de Stalin. Como se dice en buen cubano, la candela era aquí. Y fue. Y no hubo nadie para apagarla. Los encantos del poder superaron, una vez más, los propósitos entrelazados de justicia y libertad. A la nueva mesa le crecieron las patas por un lado (justicia y equidad) y se le cortaron por la otra (libertad y civismo), y el país con todos y para el bien de todos, de Martí, siguió siendo una asignatura pendiente.
Si en todo ese tiempo supimos algo de democracia, ya se nos olvidó la mayor parte de la lección, y ahora nos contentamos con desperdigarnos por el mundo y luchar por una vida decente (léase tarjeta de crédito, casa, auto y lo demás) o por sobrevivir en esta isla hirviente y desenfrenada donde la gente parece vivir como si el futuro fuera solo mañana.
Los conflictos generados con la revolución dividieron a los cubanos aun más y nos hicieron a todos más sordos a las razones del otro y más procaces, pero en ningún sentido más tolerantes, más reflexivos, o más honrados, independientemente del lado del charco en que estemos. Basta entrar a un lugar donde hayan 10 cubanos debatiendo sobre el problema nacional sin trabas de ningún tipo, para enterarnos de que cada cual se siente amo y señor de la verdad, elegido entre todos para ser escuchado, venerado y seguido.
¿Y el futuro? Ahí está, justo doblando la esquina, oculto a la saga de campeonatos de beisbol, fiestas populares y huracanes terribles. ¿Como viene? Ni idea. El reto del millón de pesos ya está lanzado y estoy seguro que cada uno tendrá su respuesta y tendrá su razón. A fin de cuentas somos y seguiremos siendo cubanos ¿o no?